Por Hugo E.Grimaldi


En su discurso ante el Congreso, el presidente Alberto Fernández llamó “desatino” al suculento tramo de la deuda que consolidó el gobierno de Mauricio Macri con la asistencia del Fondo Monetario Internacional y le recordó a la oposición que el tema había sido llevado a la Justicia, lo que provocó que muchos diputados se fueran del recinto. Los políticamente ofendidos bien podrían haber explicado lo que cualquier persona que tenga las estadísticas oficiales a mano puede corroborar o al menos para compartir en algo el desatino en el que incurrió el propio Fernández. A la hora de aprobar el entendimiento, con votos que parece que no le sobran al Presidente si se bien se mira el bloque de los supuestos propios, ya se verá si la chicana le trajo algún beneficio.

Esa actitud de sesgo tan defensivo de parte de los legisladores del PRO sobre una reiteración de argumentos basados en una construcción dialéctica armada para fidelizar a los propios (relato) que pretendió mojarles la oreja, no los dejó actuar con racionalidad ni siquiera para verificar que el propio Presidente usó el argumento de la “decisión política no justiciable” cuando testificó a favor de Cristina Fernández en la causa por la asignación de obra pública. Con ese mismo razonamiento la vicepresidenta fue sobreseída en la causa del dólar-futuro y haberle tomado ese préstamo con el Fondo –más allá de la sospecha de un eventual beneficio electoral- sería algo del mismo tenor.  

Desde el costado técnico, lo primero que pudieron haber hecho los opositores era desarmar la teoría kirchnerista de la fuga de capitales, ya que en cualquier Mercado Libre de Cambios, tal como existía en aquel momento, la palabra “fuga” se torna ideológica. En ese contexto, los capitales pueden ir y volver por el tiempo que quieran. Es verdad que en buena parte de los casos, los inversores especulativos aprovechan las tasas internas para ingresar fondos y para luego retirarlos con ganancias, sobre todo si el precio del dólar corre más despacio que las tasas de interés, pero de este tipo de capitales está lleno el mundo. Una misión del regulador sería vigilar su permanencia, por ejemplo.

La explicación es la misma que en cualquier caso de acumulación de deudas que una familia tiene cuando gasta más de lo que le ingresa y le debe al almacenero, a la tarjeta, a un cuñado y al amigo que el mes pasado le prestó unos pesos para pagar la carnicería. Como no tiene la potestad de tener a mano la máquinita de imprimir pesos (algo que sí hace el Estado y genera inflación), y quiere pagarle a todos, lo normal es que se busque un banco que consolide la deuda para que, de conseguirlo, se puedan juntar las cabezas y quedar con un solo acreedor.

Esto es lo que hizo la Argentina: los gastadores gobiernos kirchneristas recibieron a su vez un endeudamiento de sucesivos déficits de los anteriores gobiernos que la crisis de 2001 licuó bastante, aunque allí quedaron los resabios. A esa capa de deuda vieja, se le sumaron los 14 años K y los dos primeros de Macri, con lo cuál el crédito con el FMI de 2018 puede explicarse también desde el ángulo práctico.

El ex ministro de Economía, Hernán Lacunza, detalló hace unos meses el destino de los dólares que el FMI aportó (U$S 44.300 millones) a una tasa mucho más barata que los préstamos que se atendieron: 80 por ciento de esa cifra canceló deuda más cara en dólares y 13,7 por ciento lo hizo en pesos. Según Lacunza, nada se “fugó” y hasta jura que hasta le dejó en el Tesoro a su sucesor 1.900 millones de dólares. Según sus números, la deuda pública al inicio del gobierno de Macri era de 240 mil millones de dólares y a fines de 2017 llegó a 320 mil millones. Lo notable es que pasados 2 años, con el préstamo del Fondo liquidado parcialmente, los datos oficiales registraban una deuda de U$S323 mil millones a fin de 2019.

La deuda que se tomó con el FMI es hoy la más grande del mundo para un país y representa en la Argentina más de dos tercios del endeudamiento con organismos financieros. Sin embargo, el peso de esta deuda dentro del universo de acreedores que tiene la Argentina es de sólo 12 por ciento, número que empalidece muchísimo las críticas del Presidente. El resto (88%) son fondos tomados a otros organismos y la deuda pública (interna y externa) con bonistas en pesos y en dólares. Todo ello acumula al día de hoy un total aproximado a 365 mil millones de dólares. La diferencia de 42 mil millones de dólares es neta del gobierno de Fernández, otro paquete similar al del Fondo.

Para poder pagar el crédito, la familia del ejemplo ha tenido que mentalizarse, cambiar los hábitos de vida y limitar sus gastos. Fue muy difícil y es lógico que necesite adaptarse a las nuevas condiciones sin recaer en la gasto-manía. Se apretó el cinturón o sea que se lo “ajustó”. Hay que tomar en cuenta que esta palabra para el kirchnerismo es piantavotos. Su adicción es tal que nadie puede dar por cierto que no habrá de recaer. Quizás por eso (o para que no le cuenten las costillas al Gobierno) es que nunca quiso saber nada con las auditorías trimestrales que le hará el Fondo a la Argentina, ya que deberá mostrar números que comprueben que todo marcha tal como se prometió. Tras 21 créditos desairados, el organismo está curado de espanto.